La delgada línea que separa la comida de la droga

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Hace tiempo leí sobre cómo los humanos hemos creado dos categorías «morales» para diferenciar entre comida y droga, aunque en realidad no hay tantas diferencias y en muchas ocasiones es difícil de distinguir una de otra. Cómo a lo largo de la evolución cultural hemos ido recolectando «especias» que están justo en la barrera entre comida y droga. Es más, hay alimentos cuyos efectos en el cerebro humano no se explican a no ser que los califiques como drogas.

Si todos tenemos en mente un estereotipo del yonki adicto a la heroína, fácilmente reconocible por su aspecto físico, también podemos hacer un estereotipo del adicto a la bollería y las hamburguesas, porque al igual que pasa con el heroinómano, su cerebro sacia una adicción abusando de una sustancia. En estos casos la heroína y el azúcar cumplen la misma función para el individuo: saciar una necesidad de nuestro cerebro.

Muchos creen que los grandes imperios que llevaron al capitalismo actual, provienen precisamente del negocio de estas sustancias a medio camino entre alimento y droga. No olvidemos el tráfico de especias desde asia, el café, el opio, el azúcar de caña o el alcohol en forma de vino. Todas tenían algo en común: su cultivo estaba limitado a una zona concreta del planeta, lo que favorecía el control de los monopolios. Pero en todos los casos se trataban de sustancias que no eran básicas para el consumo humano, en cambio generaban mucho dinero porque su demanda era enorme.

Es más, la tolerancia con las drogas también está influenciada según los hábitos aceptados. Por ejemplo, en occidente aceptamos que un tipo se pueda reventar el hígado bebiendo cada día alcohol, pero no que se pueda matar chutándose cada día heroína. En cambio en Asia durante siglos se aceptaba el consumo de opio como un hábito tan normal como aquí cuando consumimos café en un bar. Y lo curioso es que la adicción al café es tan aceptada que no lo consideramos una droga, por eso es un mercado que crece un 20% cada año. En cambio tiene todas las papeletas para ser considerado un alucinógeno. Lo mismo podríamos decir del tabaco, que de hecho se utilizaba en Sudamérica como un alucinógeno por parte de los chamanes antes de la colonización.

Todo esto viene porque mi hija de casi 7 años me preguntó el otro día qué es una droga. Le di una breve explicación y su respuesta fue: – Ah, como el café? – Y me ha dejado pensando desde entonces.

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